sábado, 21 de junio de 2008

Mi dieta

Hay un momento
—del que los relojes no saben—
entre el domingo y el lunes,
a veces a medio martes,
o en un día indescifrado
—para sortear entre la rutina—,
que la vida se sonroja
y el cuerpo resurge con apetitos extraños.

Brota el antojo casi nuevo
de sabores de otro cielo
y carne con olor a tierra.

Es entonces que sé que te busco,
tentado por el sabor de la ausencia.
Es que pretendo
llevar hasta mis entrañas
el alimento brutal
del fuego fatuo de tu origen.

Te me antojás en mieles,
con cáscara,
a veces tierno fruto,
a veces maduro a punto.

Es un breve momento

—pero cabe sin problemas tu sonrisa—
que nutre como milagro
la fe en la jornada única
entre la vida y la muerte.

Sos las ganas de mi hambre,
esas que no dejan
que mi pálida esperanza
muera de inanición.

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